De vino casi extinto a venderlo en más de cincuenta países

¿Cómo conseguir un producto especial que se pueda vender en más de cincuenta países? Un camino es la inversión en I+D y la colaboración público-privada. El ejemplo lo encontramos en la provincia de Pontevedra, donde una bodega ha obtenido su tercera patente gracias a la colaboración del CSIC y del centro de investigación de Asti, en Italia.


La variedad del caíño blanco estaba a punto de perderse, su pequeño tamaño no produce el suficiente jugo para que su plantación y aprovechamiento sea tan rentable como otras variedades. Sin embargo, su especial sabor le permitió sobrevivir en las pequeñas viñas de los agricultores de la zona que pisaban su uva y la dejaban fermentar sólo para las grandes ocasiones.

Un vino en peligro

El problema es que, con el paso de los años, el número de cepas se redujo a apenas 115. Situación de casi extinción según los científicos del CSIC.

Pero, todavía a tiempo, la bodega gallega Terras Gauda decidió apostar por ella. «Su calidad excepcional lo merece», nos dice el bodeguero José María Fonseca mientras mira orgulloso las hileras de parras que escalan el monte en interminables filas. Muchos le consideran el artífice de la salvación de la especie pero se quita mérito apuntando al equipo de la compañía que preside.

No obstante, era necesario contar con la participación del CSIC. La misión era recuperar  esas cepas que sólo estaban en pequeños minifundios y clonarlas para que dieran el salto a explotaciones mayores.

Enrique Costas, director general de Terras Gauda asegura que «el retorno que buscamos es preservar el valor añadido que alguien está dispuesto a pagar por tu botella…». Algo muy difícil sin que «se mantenga un nivel de excelencia año a año».

 La I+D al servicio de la economía

Mientras recoge uno de los pequeños racimos de caíño, Fonseca nos explica la importancia de esta inversión: «La investigación es indispensable porque te da una patente. A corto plazo puede que no te de beneficio pero si ese microorganismo hace cosas diferentes pasas de la nada al todo».

«La patente sirve para que el microorganismo se pueda utilizar para la fermentación, así se protege su uso» añade Alfonso Carrascosa, uno de los investigadores del CSIC que ha participado en el proyecto. Entusiasmado por los resultados obtenidos relata como al final de la elaboración del caíño blanco, el microorganismo descubierto «le da madurez al vino, le mejora en toques herbáceos, a ratos le otorga sabor a miel…»

Pero además de la utilidad práctica también destaca el legado cultural y medioambiental «recuperando la planta estamos protegiendo la biodiversidad.  Al CSIC nos interesa que la bodega sea un instrumento de transmisión de la cultura científica».

Un trabajo de seis años en las cepas, decenas de experimentos, y la exportación a más de cincuenta países del vino obtenido gracias a la recuperación de esta variedad así lo atestiguan.

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