Paternidades frustradas

No trato de rellenar el dibujo inacabado de mi alma, ni de aposentar sobre sus hombros el trabajo incompleto, ni de secuestrar su vida en aras de ambiciones insatisfechas, ni de que su mente se convierta en una extensión de mis desaciertos, simplemente quiero cuidar, ver crecer, apoyar, querer, amar, a quién luego escapará a su libre albedrío con o sin agradecimiento en sus labios. Sigue leyendo

Personas que un día fuimos

Tengo unas cuantas notas agolpadas en la mesa: hojas arrancadas de una libreta. La única manera de ordenarlas es fijarse en un número que llevan escrito en el margen derecho, arriba. Esa secuencia las une,  quizás también el contenido. Ellas me remiten irremisiblemente a un punto concreto de mi vida.

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Las notas de un cuaderno o personas que un día fuimos

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La rebelión interna que dice: escribe

La rebelión interna que dice: escribe

Lo confieso, soy cobarde. ¿Puede que también me hayan hecho cobarde? ¡Qué importa! Es lo que siento. La dificultad de «deber ser» mil personas en una para encontrar unos ingresos estables que permitan seguir presionando teclas, poniendo en marcha neuronas para construir algo que merezca la pena con los lectores. 

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Encontrar tu elemento. Ya lo sé, me siento en el paraíso con un teclado y buenas lecturas a mi alrededor, apuntando en las notas de un móvil algo que me llama la atención, recordando conversaciones con amigos, sentimientos que se desprenden de las historias que me cuentan, con la intención de reflejar esas ideas de alguna forma en nuevas páginas.

Pero hay que dar de comer al cerebro. Es una pequeña incomodidad.

Fijaos en este razonamiento. ¿No os suena mucho a pensamiento único? «Hay que dar de comer…» Es una frase que lleva implícita una idea que es dinamita pura: escribiendo no comerás, primero busca un trabajo serio, luego filosofa. Cuántos actores y artistas han oído esto. 

Pues mi cuerpo me pide marcha, me pide rebelión. Las ideas se han agolpado en la puerta de mi Parlamento Neuronal, llevan estacas, antorchas de fuego, y pancartas con un mandato: ¡Escribe!. Vienen dispuestas a prender fuego a todos los grupos neuronales que votan en contra del arte, que se apoltronan en sus sofás de cuero esperando la llegada de un rescate, que ante la moción de censura que hierve por dentro contra ellas están dispuestas a decir: ¡No!. 

Son bellas, valientes, fuertes y vienen con el corazón palpitante porque tienen mucho que decir. Están a las puertas. Siento el calor de sus antorchas como una brizna de aire seco de agosto resbalando por las mejillas. El corazón palpita muy fuerte, se dilatan sus vasos, sube el torrente sanguíneo… Están a las puertas… y ¡se me ha caído la llave de la emoción!. Recoger rápido, introducir, girar, abrir…