Suelen dar en el clavo, con palabras sabias, y cuando más lo necesitas. Los abuelos, siempre dispuestos a dar un consejo, a compartir sus experiencias, para que puedas aprender de ellos. En nuestros tiempos, la barrera de los 30 años, para algunos antes, para otros después, suele indicar el inicio de una nueva vida: hace tiempo que no eres adolescente, ni eres un estudiante, al que no le importa compartir piso con casi cualquiera, hace tiempo que la libertad ha llamado a tu puerta y quieres salir de cualquier cascarón y vivir la vida según tu estilo o ese estilo conjunto que se crea o con tus mejores amigos o con tu pareja…
Sea cual sea la situación a la que te enfrentes, o en la que estés inmersos, los abuelos siempre tienen algo qué aportar.
Comienza el relato…
Había cogido la bici por la mañana, y sinceramente, no sabía dónde ir. Pero se decidió a hacer una visita a los abuelos. Casi al final del recorrido se paró un momento a hacer una foto desde lo alto, donde los campos de trigo y cebada, ya cerca de agosto, se convierten en una extensión amarilla por la que muchos exclaman ¡qué pena, parece un desierto! y otros dicen, es el momento de recoger los frutos.
Fue extraño. Al llamar a la casa, nadie habría la puerta. Estarán en el patio, pensó. Y en la zanja, cortando algunas malas hierbas, un hombre con gafas y un carretillo. ¡Buenos días!, le dijo. ¡Buenas!. Parecía un hombre más mayor que su abuelo. Llamó, a la puerta del patio pero estaba abierta, en la confianza que sólo se puede tener en un pueblo.
En el patio, la abuela aprendía ganchillo de una de las vecinas. ¡Qué ganas de conocer cosas nuevas! ¡Qué ímpetu de aprender mantenido con los años!. Había nuevas noticias que contar y conversaron sobre la convivencia. ¡Uy, vaya tema!, dijo la vecina, mientras daba a la abuela algunos consejos para el ganchillo.
¡Lo más difícil de una pareja es la convivencia!. Ellos, los abuelos, muchas veces han vivido otra cultura, diametralmente opuesta a la nuestra en la que se impone el lógico y deseable reparto de las tareas domésticas, la responsabilidad mutua sobre todos los asuntos que tocan a la pareja. Pero, sin caer en estas típicas diferencias, el grano de la conversación se puede resumir en pocas líneas.
Para mis abuelos, la convivencia se basaba en tratar de hacer feliz al otro, en un sentimiento de familia en la que todos los miembros tiraban del mismo carro, se sabían útiles unos para los otros. También en la confianza, en el respeto a las maneras de hacer de los otros ¡si pone el café demasiado caliente, habrá que decirle que te haga menos café, que ya te echarás tú un poco de agua fría para que no te abrases!, ¿y qué hacemos con las manías? Pues te aguantas un poco, donde se pueda llegar a un acuerdo, bienvenido sea, pero con los años, es más difícil lograrlo, así que paciencia.
Paciencia, respeto, amor por el otro. El instrumental básico, a veces olvidado, que todos tenemos en la caja de herramientas y sabemos y podemos sacar a la luz.
¡Por cierto! ¿Has saludado al abuelo?.
No le he visto
Pero si está en la zanja…
Sólo he visto un señor con gafas y que cojeaba.
Es que se ha puesto malo de un pie.
No me digas. Voy a saludarle.
Abuelo, que no te he conocido. Nunca te había visto ni con gafas ni con cojera.
Yo a tí sí que te había conocido.
Pues lo siento, es que de lejos no me pareciste tú.
¿Cuántos años crees que tengo hijo?
No sé, setenta y muchos… A mí me parecéis unos abuelos jóvenes, siempre.
Jajaja… ochenta y cinco, hijo, ochenta y cinco.
Dijo poniendo su mano en mi hombro.Y luego, ante la presencia de la abuela, reconoció que él tampoco se había dado cuenta de quién era. Hombre, él tenía más excusa que yo, al fin y al cabo, se había puesto las gafas de ver de cerca para sacar las malas hierbas.
Bueno hijo, me voy a las huertas.
No paras abuelo.
Anda, a ver.
Y antes de que pudiera salir con la bici, ya había cogido su pequeño coche, ese para el que no es necesario carnet, pero que le apaña las tareas diarias y se había marchado rumbo a seguir su jornada laboral de sábado, sin agenda, sin nada que le recuerde o le avise de absolutamente nada.
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