Le conocíamos como Chomón, o «Padre Atleti». Tomás Sobrino tenía la misión de enseñarnos a los de letras las llamadas «matemáticas aplicadas a las ciencias sociales». Eligieras el itinerario que eligieras no te librabas de ellas. No sé si aprendimos muchos números con él, principalmente porque no le dejábamos enseñar como a él le hubiera gustado, pero sí nos hizo comprender las palabras integridad y motivación.

Tomás Sobrino Chomón / Fuente: Tribuna de Ávila
Su figura delgada, la barbilla un poco adelantada al resto del cuerpo, mirada atenta, sonrisa de confianza, y unas arrugas que se escondían tras el alzacuellos.
Parece que lo estoy viendo al recordarlo: Tomás pasaba lista el primer día de clase y en la mía, éramos varios a cuyos padres él ya había enseñado matemáticas. Y se acordaba de ellos con nombre y apellidos, con sus notas y todo. «Conmigo tienes un ocho como mínimo», me dijo. Lamentablemente se equivocó, nunca alcancé esa nota, era exigente, y eso que si no dabas ni una en un ejercicio al menos te ponía un «0,25 p.r.». Pero padre, ¿Qué quiere decir esto de p.r.?. «Por respirar», contestaba con ese tono cantarín que tanto hemos imitado sus alumnos.
Por cierto, un día nos pilló imitándole. ¡Cuántas veces lo habremos recordado!. ¡Qué paciencia tenías, Don Tomás!. Con una mano sobre la otra, mientras intentaba explicar el resultado del ejercicio nos dijo: «Sé que me estáis imitando». De nuevo con su tono característico, de nuevo, quitando hierro al ejercicio, y de nuevo provocando la carcajada de la clase.
No fuimos alumnos ejemplares. A veces lanzábamos resultados al aire, el famoso «Tresssssss» con una ese tan larga que «suena a cachondeo», decía con paciencia. O cuando soltábamos hipótesis imposibles para tratar de justificar que no entendíamos tal o cual resultado. Y cuando más confusos nos sentíamos, más incapacitados para ver la fórmula adecuada, más nublado veíamos el final del ejercicio, nos daba una clave, nos dejaba razonar y luego nos soltaba su mítica frase «ahora ya es cuesta abajo». Tendrías que oír ese tono tan especial, se me quedó grabado.
Daba las clases así. Planteaba un problema, nos permitía pensar, soportaba nuestras soluciones creativas, y luego nos enseñaba el camino. Nos motivaba para discurrir pero también nos enseñaba sin que nos diéramos cuenta. Me recuerda mi amigo José Ángel, que cuando hacíamos algo bien (pocas veces para qué engañarnos), nos respondía con un «¡Muuy bieennn!». Acompañado de un «¡tómate algo!… (una pausa de suspense y el siempre concluyente…) ¡Y lo pagasssss!» Recordando y recordando, hemos comentado también aquello de «valeroso caballero» o «fementida dueña», está claro, era un mito entre nosotros, sus frases se nos pegaban, era imposible que no las sacáramos a relucir años después, en las reuniones de exalumnos.
Me recuerdan también los amigos de Facebook que Tomás Sobrino presumía a mucha honra de su carnet de socio del Atlético de Madrid. Es cierto, alguna vez lo comentó en clase con el carnet en la mano. El Atlético le apasionaba: «un equipo, sin duda, luchador», decía. ¡Y tanto!. Añaden algo que yo no sabía, y que no me resisto a añadir, parece ser que Don Tomás se interesaba por el progreso de los alumnos novatos que llegaban al llamado «Colegio Grande», (porque estaba dedicado a la Educación Secundaria y Bachillerato). Les preguntaba qué tal les íba aunque él no les diera clase, y, por supuesto, les mostraba su carnet rojiblanco.
Un día entró en clase, se le notaba un poco preocupado. Pero agarró la tiza y nos planteó problemas, fórmulas, gráficas, con su estilo humorístico habitual, con su desparpajo intelectual, con su asombrosa capacidad de comprensión, y cuando acabó la clase nos preguntó: «¿Se me ha notado algo raro?». Nosotros le contestamos que no. «Es que no quería que se me notara», nos respondió, y no supimos más. Aquel día los alumnos del Colegio Diocesano nos llevamos una gran lección.
La última vez que ví a Tomás Sobrino fue en el Archivo Histórico Provincial de Ávila. El profesor examinaba incansable varios tomos, los quitaba el polvo y las telarañas como indagador incansable que era en nuestra historia, luchando probablemente contra el mito del matemático sólo preocupado por la exactitud de las ecuaciones.
Ahora lo que queda, Don Tomás, permítame, es que usted aprenda a esquiar ahora que puede. Recuerde que un día nos dijo que eso lo dejaría para el cielo.
Carlos Fernández-Alameda
12-01-2016, Madrid
En memoria de Tomás Sobrino Chomón, sacerdote, historiador, profesor de matemáticas y atlético.
Pingback: Loca presentación de El Mundo según los Abulenses II | Escribir en libertad, hoy más que nunca
Sólo he echado de menos una cosa en tu comentario, y era su corazón colchonero. El Atlético de Madrid era parte de su vida, tanto como el conocimiento, su familia o sus kilométricos paseos.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Es verdad, Alberto, mucha gente me lo ha comentado, lo voy a añadir como versión extendida para dar cabida a esa característica tan propia del «Padre Atleti». Muchas gracias por aportalo
Me gustaMe gusta
Grandes palabras para quien fue tu maestro. Siempre nos acordaremos de aquellos profesores que dejaron huella, y de los que casi siempre aprendimos menos de lo que deberíamos.
Me gustaMe gusta