Lo confieso, soy cobarde. ¿Puede que también me hayan hecho cobarde? ¡Qué importa! Es lo que siento. La dificultad de «deber ser» mil personas en una para encontrar unos ingresos estables que permitan seguir presionando teclas, poniendo en marcha neuronas para construir algo que merezca la pena con los lectores.
Encontrar tu elemento. Ya lo sé, me siento en el paraíso con un teclado y buenas lecturas a mi alrededor, apuntando en las notas de un móvil algo que me llama la atención, recordando conversaciones con amigos, sentimientos que se desprenden de las historias que me cuentan, con la intención de reflejar esas ideas de alguna forma en nuevas páginas.
Pero hay que dar de comer al cerebro. Es una pequeña incomodidad.
Fijaos en este razonamiento. ¿No os suena mucho a pensamiento único? «Hay que dar de comer…» Es una frase que lleva implícita una idea que es dinamita pura: escribiendo no comerás, primero busca un trabajo serio, luego filosofa. Cuántos actores y artistas han oído esto.
Pues mi cuerpo me pide marcha, me pide rebelión. Las ideas se han agolpado en la puerta de mi Parlamento Neuronal, llevan estacas, antorchas de fuego, y pancartas con un mandato: ¡Escribe!. Vienen dispuestas a prender fuego a todos los grupos neuronales que votan en contra del arte, que se apoltronan en sus sofás de cuero esperando la llegada de un rescate, que ante la moción de censura que hierve por dentro contra ellas están dispuestas a decir: ¡No!.
Son bellas, valientes, fuertes y vienen con el corazón palpitante porque tienen mucho que decir. Están a las puertas. Siento el calor de sus antorchas como una brizna de aire seco de agosto resbalando por las mejillas. El corazón palpita muy fuerte, se dilatan sus vasos, sube el torrente sanguíneo… Están a las puertas… y ¡se me ha caído la llave de la emoción!. Recoger rápido, introducir, girar, abrir…
Reblogueó esto en Escribir con corazón, hoy más que nunca.
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