Sueño en un planeta extraño

No albergaba ni la más remota idea de qué hacía yo allí. Me lo preguntaba una y otra vez, en bucle, mientras guardaba los últimos documentos en la cartera. ¿Para qué nos habíamos desplazado a aquel planeta remoto? De repente, mi mente me devolvía a la dura realidad que habría dejado en la Tierra, me estaría echando de menos mi familia, ni siquiera sabía cuánto había durado ese viaje. planet-earth-ball-of-fire

Recordaba únicamente una imagen. Al despertar, miré por una de las ventanas de la enorme nave que nos transportaba. A lo lejos, una canica de matices rojos y azules entremezclados aparecía en medio de la oscuridad, de la nada más absoluta representada por ese sistema de una sola estrella y de un solo planeta. Algunos le llamaban «el elegido» porque aquella esfera había tenido la fortuna de situarse en la zona de habitabilidad de la estrella central y no tenía competencia alrededor.

Poco después, en la rampa de aterrizaje, estábamos el equipo de Comunicación al completo. Nuestro jefe estaba de buen humor y hacía bromas a los otros compañeros, yo me sentía hasta cierto punto aislado. Seguía sin saber qué hacíamos allí, eso me angustiaba. Los diplomáticos a los que acompañábamos llegaron por detrás. Nos dispusimos maquinalmente al lado de los que nos habían asignado y comenzamos el trabajo: les informamos de las características del planeta, de la sociedad, de las medidas de seguridad, de quién les recogería, los perfiles completos de cada uno de los diplomáticos con los que podrían encontrarse… Todo ello dentro de la rutina salvo por un documento conocido como UV y que nos sabíamos de memoria, imagino que porque nos lo habrían implantado durante el viaje. Buscaba entre sus líneas y no hallaba la razón por la que era imprescindible en esa misión.

La ciudad era extraña para las que conocemos en la Tierra. Pocos árboles, eso sí, edificios rojos, hechos con la roca más abundante del planeta y que presentaban una superficie porosa. Es para recoger la humedad, dentro viven microorganismos que nos agua y energía, me explicó un ciudadano al ver que tocaba las paredes de los edificios con curiosidad. Enseguida se dan cuenta de que eres extranjero.

El hotel disponía de unas habitaciones que me parecieron raquíticas, sobre todo a la vista de la que habían dado a mi diplomático asignado. Era tan agobiante el poco espacio del que disponíamos que los compañeros del gabinete decidimos salir a tomar algo. La gravedad no era tan fuerte como en la Tierra por lo que andabas como si tus zapatos fueran impulsados por una extraña fuerza: la que te sobraba.

Las calles eran estrechas y estaban llenas de pequeñas escaleras, el callejero parecía un laberinto en 3 dimensiones, difícil para un terrícola. Me había quedado un poco atrás. Mis compañeros seguían andando con una animada charla hasta que aceleraron el paso de repente. Me quedé extrañado. Traté de remontar, de ir tras ellos, pero habían desaparecido tras una callejuela. No daba con ellos. Recordaba el camino al hotel. Llegué, pregunté por mi diplomático asignado pero me dijeron que acababa de abandonar el lugar a toda prisa. ¿Por qué no me habían avisado? ¿Qué problema había en mandar un mensaje al móvil? ¿Y mis compañeros? Que habían cancelado por teléfono la reserva.

El aeropuerto. Era la esperanza que me quedaba. No podían haberse ido del planeta sin mí. En apenas 15 minutos era imposible preparar todos los sistemas, asignar cápsulas a los pasajeros, repostar combustible, comprobar incompatibilidades orgánicas, limpiar toda la ropa para evitar la contaminación. En fin, no podía ser. Alquilé una moto gravitatoria de esas en las que puedes llamar por teléfono mediante el asistente de voz. Ponme con este, ponme con el otro… y ninguno respondía.

Llevado por la ansiedad, pensando en mi familia que me estaba esperando en la Tierra, agobiado por no conocer las causas, temiendo que se hubiera declarado una guerra por una salida de tono de algunos de nuestros diplomáticos, conociendo las dificultades que tendría para llegar a la nave a tiempo, me salté todos los controles de seguridad. Llevaba la moto al límite de su potencia por una de las pistas de despegue, pista en la que estaba nuestra nave, desprendiéndose de los tubos de reposición de combustible, intentando salir a toda prisa. En ese momento lo supe: jamás la alcanzaría.

 

Sueño. Madrid, martes 31 de julio de 2018.

 

 

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