Santiago Ramos se pone en la piel de León Felipe en el espacio de la Escuela de Actores de UNIR, un espectáculo que destaca por su capacidad de encadilar al actor con la importancia de la palabra. Hace poco se lo escuché a Nuria Espert, que buscaba un director que diera mucha importancia a esa cosa tan denostada en algunas de las películas más taquilleras: la palabra. Y creo que este espectáculo consigue que el espectador centre toda su imaginación y atención en los ladrillos con los que se construyen las frases.
En un escenario dominado por la mesa de trabajo de León Felipe, Santiago Ramos, da vida al poeta exiliado. El texto cuenta su historia, con algunos de sus mejores poemas y con el acompañamiento de Raúl Escudero, que interpreta a un León Felipe joven, y Aurora Cano, entrañable mexicana que nos descubre algunas de las manías del poeta.
Destacar que a esta obra no le hacen falta fuegos de artificio, con un escenario tan sencillo como la mesa de un poeta, son las palabras de los actores, los versos que encarnan los que hacen que la imaginación del lector vuele y nos sintamos atrapados por la historia y las reflexiones de León Felipe. Sin duda, mérito del director Ignacio García.
Santiago Ramos, nos descubre a un León Felipe con carácter, sencillo, humilde, que gana y pierde energía dependiendo del momento narrado. Destacable también la actuación de Raúl Escudero, muy cómodo con el verso, muy natural, aporta un equilibrio muy bueno a la escena. Aurora Cano, también logra una interpretación creíble, natural, que despierta la sonrisa y la lágrima en los momentos cumbre.
Varios momentos quedan grabados en la mente del espectador. Cuando León Felipe repite en varias ocasiones aquellos versos de «Romero sólo»:
«Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero».
Y cuando recuerda a su admirado Walt Whitman y su poema «Canto a mí mismo», en concreto estos versos:
«Y quien camina una cuadra sin amar al prójimo
camina amortajado hacia su propio funeral,»
Una función entretenida, en la que la mente no trabaja con el entramado textual que los actores magistralmente transmiten. El tiempo pasa rápido, a pesar de la sencillez de la puesta en escena, que consigue, lo que, imagino, prentendía el director: no robar protagonismo a la palabra.
Carlos Fernández-Alameda