Lamentablemente en la vida hay momentos en los que prima la faceta profesional. Sí, tienes que vender tu tiempo para escribir discursos, notas de prensa, o crónicas que no van a ninguna parte y que son como un objeto de consumo: nacen, se reproducen, se consumen muy poquito y mueren sin pena ni gloria. Sientes, sin embargo, que todos los días la llama de la escritura creativa te está llamando, pero la agenda te recuerda que la tienes que apagar.

Pluma de escribir
Muchos me diréis que habéis sentido esto antes. Otros consideraréis que no se puede primar la agenda ante la creación artística. Es una cuestión de prioridades y de sensaciones. Sin tiempo para poco más que pensar en sobrevivir y para dedicarlo la familia (aquí incluyo a mis amigos, desde los de la guardería a los más recientes), los días se estrechan y se acaban en un bucle casi instantáneo. Con lo que nada queda.
He pasado recientemente por una de esas experiencias que pienso que hay que tener en la vida.
No voy a contar para qué porque muchos lo sabéis y a otros no os interesa. Es increíble. He compartido horas con personas que nos hemos fijado un mismo objetivo, que hemos aprendido mucho en el camino, que hemos peleado hasta el final por conseguirlo y ahora tenemos la sensación de que ningún esfuerzo ha sido suficiente. Que tenemos que seguir trabajando para que lo que creemos sea sólido, constante y sacie nuestro hambre de ponernos al servicio de algunos de los más necesitados de nuestra sociedad.
Es cierto, nos hemos vaciado. Hemos acabado agotados mentalmente, psicológicamente, emocionalmente, incluso físicamente.
Pero la creatividad es muy terca, y a pesar de todo te sigue llamando sin cesar. Poco después de enfrentarnos a uno de los hitos del proyecto, saliendo vencidos y con la cabeza envuelta en evaluaciones sobre si lo habremos hecho bien o no… ya estaba creciendo la llama. Ya nos preguntábamos cuál sería el siguiente paso.
Todo empieza por unas palabras. Todo empieza escribiendo de nuevo.