
La imagen nos ha conmovido. Desplomado sobre uno de los colchones, ataviado todavía con el equipo de protección, ni siquiera la mascarilla había abandonado su rostro, con los brazos relajados, en un gesto en el que se cristalizan el agradecimiento, el agotamiento y el merecido descanso. La hilera de camas improvisadas se extiende hacia el final del pasillo. Atrás quedan horas extenuantes de trabajo para salvar a los demás del coronavirus.
Existen los héroes y existen los desinformados. El personal sanitario de todo el mundo está llevando a cabo un esfuerzo que no seremos capaces nunca de agradecer lo suficiente. Muchos ciudadanos también: los que se quedan en casa, los que donan sangre, los que hacen la compra a los ancianos.
Mientras tanto, otras personas caen en los brazos del egoísmo absoluto. Primero fue con la compra compulsiva e irresponsable de mascarillas. Ahora, ante el mínimo rumor de una restricción a la movilidad, algunos escapan de zonas de expansión del virus a la costa o al pueblo. Otros acuden a los centros de salud sin síntomas para que les hagan las pruebas del Covid-19.
La cama en la que reposa el médico agotado tiene su reflejo antagónico al otro lado del mundo en la tumbona instalada en la playa, o en el patinete de los niños paseando por el pueblo.
Dos tipos de personas. Los que se sienten una parte más de un engranaje en el que darse solidariamente al prójimo y los que egoístamente tratan de salvarse caiga quién caiga.
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Viajero 144 | ESPECIAL CORONAVIRUS: conociendo al enemigo. Analizamos a fondo lo que va aprendiendo la ciencia