Un pueblo, por pequeño que sea, siempre ocupa una parte en el corazón y en la memoria de quién ha correteado por sus calles, ha bailado por primera vez con una chica en una fiesta y años después ha sostenido al primer hijo de ella en sus brazos levantándolo hacia el cielo, quién ha ido a recoger la leche a las cuadras y con su nata, pan y azúcar se ha hecho la merienda, quién ha tratado de recomponer la historia de sus abuelos y tíos imaginándola como un puzzle sin piezas, de quién ha compartido allí con sus abuelos retazos de su vida: una comida con ellos, ir a la fuente de la iglesia a por agua, ir al horno de pan a recoger barras y pastas, ir a buscar a la abuela a las partidas de cartas veraniegas… ¡Un julepe! En Santo Tomé hay una parte de mi corazón y de mi memoria…
Pingback: El límite de la vida humana se sitúa en 125 años | Escribir en libertad, hoy más que nunca