Si se miraba a las manos no encontraba la forma de entenderlo. ¡Cómo íba a luchar por encontrar su lugar en el planeta con esas manos! ¡Con ese complejo de inferioridad que le provocaba ser el chico de los botones, de las cámaras, en vez del gran hombre creativo, apasionado por la vida, capaz de alcanzar todo lo que se proponía!Se sentía tremendamente pequeño, un punto perdido entre millones. Y le gustaría que nada tuviera sentido, a veces lo había pensado: si la visión es una visión, un espejismo, una burla de la realidad… ¿Por qué seguirla? ¿A quién le importaba al fin y al cabo que su vida terminara sin que se cumpliera su visión? Porque todo aquello era una fantasía, un producto de su imaginación, de sus pesadillas y un producto de sus limitaciones.
Adriano cree que aquella visión nació por pura rebeldía. Porque le decían que no, y él tenía que afirmar. Porque le señalaban hacia un lado, y él quería ir por el contrario. Porque le arrebataban sus sueños y él se moría un poco, pero al día siguiente ya había renacido para seguir luchando. Sin remedio.

La lucha por esa visión empezaba a jugar en su contra. Porque ya está, era simple: no lo podría conseguir. Era demasiado grande. Y sí, le molaría tener la capacidad de multiplicar su disco duro, de aumentar su memoria, de mejorar su rapidez, pero no puede.

O quizás sólo sean excusas, y día a día, sin darse cuenta, está encontrando las alas para llevar a cabo sus ilusiones. ¿y si se abandona un poco a disfrutar el camino?, ¿y si no hace caso a la dirección que le impone el viento y alza las velas hacia dónde su brújula le pide ir?

El castigo es no viajar, el castigo es no intentarlo, se siente débil y pequeño, pero así nacimos y así morimos, débiles y pequeños. Mientras somos grandes, somos luchadores, y tenemos una misión que cumplir que sólo nosotros sabemos y que a nadie más interesa.

Carlos Fernández-Alameda

29 de abril de 2016