Aventuras en bicicleta: Y llegó el invierno en pleno verano…

A todos los ciclistas nos ha pasado alguna vez. Así es el verano en zonas como Ávila: inesperado y sorprendente. Lo del pasado sábado fue de traca…

Puerto de la Lancha, subida en bicicleta

Puerto de la Lancha, subida en bicicleta

Iluso tú, ves el sol allí en lo alto y piensas: tiene buena pinta. Pones en marcha la aplicación del móvil y ves a dos ciclistas pasar en tu misma dirección. Cuando consideras que ya tienes todos los complementos: cacharra de agua llena, móvil con batería, gafas de sol, casco, la bici, por supuesto; te dispones a lanzarte a la aventura. El día iba a ser entretenidito.

Jornada apacible, que diría Javier Ares en Onda Cero, con poco viento, tranquilidad en las carreteras y buenas sensaciones en las piernas. Hoy quería ir desde Ávila al Puerto de la Lancha, un lugar fantástico que te lleva a Las Navas del Marqués. A tanto no iba a llegar. Coronaría el puerto, y de vuelta hacia Ávila. Una etapa de algo más de 60 kilómetros.

Embalse del Río Voltoya

Después de que se abra ante tí la enorme superficie que ocupa el Embalse de Serones del Río Voltoya, y si sigues hacia adelante por la SG-500 llegarás a la frontera entre Ávila y la provincia de Segovia. En el embalse alcancé a los dos compañeros ciclistas que había visto pasar al principio de la etapa, pero me paré en el llano antes de subir el puerto ante la vista de una manada de caballos, aquello parecía el Cercano Este Salvaje de Ávila, varios machos se retaban con el pecho y la cabeza.

Caballos en la pradera, al fondo, la provincia de Segovia. Foto: Carlos Alameda

Caballos en la pradera, al fondo, la provincia de Segovia. Foto: Carlos Alameda

Mientras subía el puerto de la Lancha, los dos ciclistas me alcanzaron y estuvimos un rato debatiendo sobre las diferencias entre bici de montaña y de carretera, pero, sobre todo, sobre el plan de la etapa. Ellos pararían en la fuente en la subida y llegarían a Las Navas del Marqués, yo prefería parar en la fuente luego, en la bajada. ¿Quién se estaba equivocando?…

Bajar el Puerto de La Lancha

Tras la parada reglamentaria en la fuente, en la que también estaba repostando una pareja con la que comenté que aquel combustible líquido insípido e incoloro sabía a gloria cuando ibas en bici y valía cómo gasolina que la que venden en las estaciones de servicio, me dí cuenta.

En la llanura, al fondo, se levantaba una columna de nubes negras que parecían estar descargando de lo lindo sobre Ávila. Parecía.

Fuente del Puerto de la Lancha, no es necesario rebelar su ubicación. Foto: Carlos Alameda

Fuente del Puerto de la Lancha, no es necesario rebelar su ubicación. Foto: Carlos Alameda

Justo cuando ya se ha acabado la inercia de la bajada, mientras observaba el detalle de que la manada de caballos había desaparecido del lugar, comienzo a notar un chispeteo muy simpático.

Comienza el baile

El viento arrecia y afrontamos la recta del lago. Lo del lago fue un chirimini comparado con lo que me esperaba. Al principio no me lo podía creer: granizo. ¡En pleno julio! Centenares de incómodos goterones congelados por quién sabe qué, me estaban golpeando y empapando. Tuve tentaciones de pararme, pero no había refugio posible, la única forma de salvarse era pedalear y pedalear como un loco. Eso sí, más despacio, porque el granizo me daba en los labios, en la nariz y chocaba contra el casco. Alguna vez, después de sentir un majo pedrusco más grande que otro, tuve que protegerme con la mano izquierda encima del casco, por si acaso.

La tormenta de granizo se encontraba en su máximo esplendor. Yo pensaba en los dos ciclistas con los que me había encontrado, sin duda, a pesar de elegir la carretera más frecuentada por los coches, habían acertado. Yo había caído en el ojo de aquel Mordor inesperado. Avanzaba cada vez más deprisa, para tratar de escapar de aquel infierno de golpecitos contra la cara, el casco, los radios de la bici, y algunas partes del cuerpo que tienen que ver con la posibilidad de tener hijos en un futuro y de la que tampoco es cuestión de prescindir…

Para qué contarte…

Las gafas chorreaban agua, el maillot igual, el móvil protegido mediante un cartón pensado para el sol, pero dudo que para la lluvia… las botas y los calcetines proporcionaban una sensación de estar pedaleando sobre los charcos, y una brisa congeladora se colaba por las rendijas de las botas. ¡Un fresquito muy rico entre los dedos y la planta del pie… una «delicia» de la naturaleza que pone las uñas azules si estás en invierno!. Empecé a plantearme si era julio o noviembre…

Yo no sabía cuánto quedaba de tormenta, de hecho casi no veía con tanta agua, pero distinguí a un grupo de ciclistas en sentido contrario. Me pareció que uno de ellos, después del típico saludo de ciclistas (¡Buena! ¡Vamos! ¡Ánimo! ¡Dale, dale! ¡Enga!) exclamaba ¿dónde vas?. Pues no sé, pero vosotros vais directos a la pista de granizo… Quise contestar, pero no me dio tiempo, y tampoco era plan, al fin y al cabo, lo que me esperaba, podía ser peor.

El siempre cuco pueblo de Urraca Miguel, descanso del caminante y ciclista que se acerca a su fuente, me recibió encharcado y con su calle principal convertida en un río donde no sé si pasé haciendo «aquaplaning», skysurf, o baile sobre hielo. El caso es que llegué de una pieza al camino del Campo Azálvaro y dejó granizar y de llover, como de repente.

Allí te espera una buena bajada que serviría para secar algo la bici, las zarzas que se comen el camino y a los caminantes a la mínima que te despistes y alguna vaca, que te mira de reojo y no se aparta hasta que no la tienes a dos centímetros. Pero todo había pasado. Quise hacer una foto del lamentable estado en el que me encontraba: a remojo, agotado de tanto pedalear para salir de la tormenta y casi sin agua (una pena no haber abierto la garrafa en plena granizada, pensé, ahora tendría un estupendo granizado de agua de lluvia natural), pero no pude, porque mi móvil se había quedado sin batería.

De todas formas, un trueno en la distancia me recordó que todavía no estaba a salvo. Que era el momento de volver a pedalear, quién sabe si la tormenta que parecía ahora descargar sobre el puerto de la Cruz Verde no me alcanzaría antes de llegar a Ávila. No me alcanzó, llegué ya seco por el calor, alucinando con esta tormenta y pensando en escribir algo que acabar con estas líneas:

De vez en cuando es maravilloso enfrentarse a la naturaleza, es una especie de placer medieval en el que siente al meterse en un lío con los elementos naturales y salir airoso. Una pequeña victoria para recordar la fragilidad del ser humano montado en bicicleta.

Por cierto, el perro de mis padres, mientras tanto, estaba disfrutando del sol de esta manera…

Kane con gafas de sol Foto: David Fdez Alameda

Kane con gafas de sol Foto: David Fdez Alameda

http://www.carlosalameda.com

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