Su belleza me encoge: es una sensación que no desaparece planeta tras planeta. Cuando la velocidad de la luz te escupe, tu mente entras en un estado de relajación absoluta, el tiempo se detiene, es como dibujar una raya en un lienzo en blanco que no acaba nunca, hasta que las celdas del cepillo dejan de encontrar resistencia y en un súbito movimiento se erizan de nuevo y salpican de pintura la pared. Yo me siento como una gota de pintura que ha atravesado ese umbral y ha chocado contra un muro cuando nuestra nave se detiene.

A close-up of Astronaut John Grunsfeld shows the reflection of Astronaut Andrew Feustel, perched on the robotic arm and taking the photo. The pair teamed together on three of the five spacewalks during Servicing Mission 4 in May 2009.

Mi compañero, mitad hombre, mitad máquina, ya ha calculado lo suficiente para que no suframos impactos de asteroides, la atracción de un agujero negro, equivocaciones en las coordenadas, o pérdidas de oxígeno. Él ha seguido conectado, para que yo, en mi humana debilidad, pueda descansar.

Como una burbuja que no encuentra su camino de ascensión en el aire, nuestra nave se ha quedado paralizada y muda. Los rayos del sol de este nuevo sistema entran por toda la nave, mi compañero ha abierto los protectores, que nos camuflan reflejando el resto del universo, que nos aseguran un viaje limpio, que son como párpados para nosotros y para nuestra nave: ahora nos pemiten ver el inmenso colorido y belleza de este nuevo mundo.

Carlos Fernández-Alameda, 5 de agosto de 2015. Todos los derechos reservados por CEDRO

Fuente de la Imagen: Nasa Goddar Space Flight Center