Apareció en un cuartel con las paredes desconchadas. Un lugar totalmente ajeno a su experiencia. Nunca había hecho la mili, nunca había estado en un conflicto bélico, y ni mucho menos había vivido la Guerra Civil.
Alineado con otros dos compañeros observaba la puerta del cuartel, como si estuvieran esperando la resolución de la tormenta de balas y plomo que parecía desatarse fuera. Vestían con camisetas interiores y un cesme, como si se acabaran de despertar y no les hubiera dado tiempo a ponerse nada más decente encima.
Esperaban y esperaban sin actuar. De repente, más soldados en camiseta se unieron a aquella observación pasiva. La puerta se abrió pero entró tal resplandor que no vió al enemigo. Simplemente observó la cara de abatimiento de uno de sus compañeros. Ni siquiera cogería el cesme para defenderse, es como si no le importara su vida, diera por certera al 100% su muerte y no supiera cómo reaccionar.
Varios tiros se estrellaron contra el compañero abatido que cayó desplomado al suelo. Al instante se vió sin armas, desnudo, en medio del tiroteo, sólo le quedaba un recurso: hacerse el muerto. Cayó sobre su pies como si las balas le hubieran impactado. Encontró la manera de reptar entre los cuerpos de sus compañeros hacia un hueco muy oportuno que había entre las taquillas y la pared. Durante unos segundos se sintió seguro.
El resplandor seguía presente en la habitación. Pero era como si hubieran limpiado el suelo. Como si el tiroteo no hubiera tenido lugar. Escuchaba su propia respiración contra el suelo. Reflejada en las baldosas una amenazante bota negra. Despertó.